Margarita llegó a México, y allí recibió de manos de Murillo los cápsules que debía conducir al campo republicano.
La vigilancia de la policía francesa era increíble: nada salía por las garitas sin un escrupuloso registro, y desgraciado de aquel a quien se le llegaba a encontrar algo que infundiera sospechas a los gendarmes: la Corte Marcial daba muy pronto cuenta de su persona.
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