A poco tiempo de estar en Zirándaro, hice relaciones con un mozo soltero, sin familia, emprendedor, audaz, gran cazador de tigres, y nadador célebre en los contornos.
Se contaban de él cosas maravillosas. Amaba a una mujer, y ésta le manifestó deseos de conocer un tigre vivo: Torralva, que así se apellidaba, no contestó nada; al día siguiente tomó su escopeta, y seguido de sus perros se internó en el bosque; nadie supo lo que pasó, pero el domingo siguiente, todo el pueblo, espantado, pudo ver frente a la casa de la novia de Torralva, dentro de una formidable jaula de madera, con toscas ruedas y tirada por dos borricos, un hermoso tigre que venía sin la más leve herida.
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