La familia Murillo esperaba la vuelta de don Bartolo, y era ya más de medianoche.
A cada ruido de coche que se oía por la calle -decía Elena-, ahí viene, y se asomaba al balcón. Jorge y Eduardo estaban anonadados: les parecía imposible que se atrevieran a fusilar a Romero; tan valiente, tan generoso, tan desinteresado, tan patriota.
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