Daban las once de la noche en el reloj del palacio imperial, cuando el carruaje de don Bartolo se detenía en la puerta de la casa de Caralmuro.
-Ya estará don Juan durmiendo el segundo sueño -pensó Murillo-: si no fuera porque la cosa urge y es tan importante, no llamaba; los porteros estarán durmiendo ya; va a ser necesario alborotar la casa.
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