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Una azucena entre cardos

México sentía la mano de hierro de los franceses.
Durante el día, el movimiento de las tropas, la afluencia de gentes que tenían necesidad de ir a sus negocios, el concurso de indiferentistas de ambos sexos que atraían a los paseos y a las plazas las músicas que con este objeto colocaban allí los conquistadores, comunicaba a la ciudad una especie de alegría ficticia, que hubiera muy bien podido tomarse por indicio de bienestar, de tranquilidad y de contento.