La señora Murillo cayó casi desmayada de emoción en los brazos de su hijo: besos, lágrimas, suspiros y ni una palabra. Don Bartolo y Elena por un lado, y Jorge por otro, contemplaban también llorando aquella escena.
Por fin el hijo se desprendió de la madre para caer en los brazos de su padre y de la hermana; y así enlazados, los tres penetraron a la asistencia seguidos de doña Guadalupe y de Jorge, en quien apenas habían reparado.
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