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Algo de historia

El triunfo de Zitácuaro había sido brillante; pero en aquellos días un triunfo era casi una ilusión: ningún resultado definitivo se obtenía y sólo se aventajaba levantar el ánimo de los soldados, hacerse de algunos elementos de guerra y dar señales de vida, para que el Imperio no se creyese ya completamente establecido. Estos combates, estériles generalmente en sus resultados, eran la protesta de la nación contra el proyecto de esclavizarla; eran la honra de México, que no sucumbía sin combatir; eran la prueba de su desgracia, pero no de su degradación.
Cuando un pueblo que lucha por su independencia, no se acobarda ni cede, viendo sus ejércitos derrotados, sus principales caudillos muertos o prisioneros, sus elementos de guerra destruidos; cuando la pérdida de sus grandes ciudades no le desalienta, y sigue luchando, y encuentra jefes, y caudillos, y generales, en todos los que siguen con lealtad y constancia sus banderas, entonces este pueblo saldrá victorioso, aunque esté oprimido y vencido; será libre, aunque esté esclavizado; llegará a sentarse en el Tabor, aunque sangrado y adolorido, sienta Calvario.