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expresamente ha venido a preguntarme por Serafina, encargándome con
mucho empeño que tú y yo la preparemos, contándole la fortuna que va a
tener, y que mañana, desde temprano, esté vestida lo mejor posible para
que le haga buen efecto a Quintín.
gallinas se acomodaban unas en las perchas, otras sobre los viejos
maderos abandonados allí, otras sobre los bordes de los pesebres,
esponjando las plumas, acurrucándose unas al lado de las otras, y con
ese ronquido tenue que lanzan como un indicio de completo bienestar.
si estaban en su lugar todos los animales. Ya tenía cierta sospecha de
que algo pasaba con la burra, porque no la había oído rebuznar, y la
chica sabía que los burros rebuznan con una precisión matemática, mejor
dicho, astronómica, a cada cuarto de hora, como si llevaran un
cronómetro en el cerebro; así es que su primer cuidado fue buscar a la
burra, y creyó que soñaba, que era una verdadera pesadilla, cuando,
después de registrar por todas partes, adquirió el terrible
convencimiento de que la burra no estaba.
puerta abierta, se había salido al campo, y la chica sintió que el
mundo se le venía encima. Se sintió responsable; creyó la burra perdida
para siempre; miró delante como a un fantasma a la tía Elena diciéndole
toda clase de improperios y pegándole un número infinito de bofetadas, y
mandándola a media noche a buscar la burra; y como la escena de la
tarde estaba aún fresca en su memoria, la pobre chica se puso a llorar,
y, sin saber lo que hacia, salióse al campo en busca de la burra, a
tiempo que pasaba un chico que iba por vino a la taberna.
árboles, las peñas, los matorrales y hasta los accidentes del terreno,
fingían extrañas y fantásticas formas. Serafina seguía rápidamente
caminando, pero, aunque llorosa, miraba cuidadosamente para todas
partes. Cualquier matorral a lo lejos movido por el vientecillo de la
noche, le parecía que era la burra, y emprendía el camino hasta
desengañarse; el más ligero ruido lo creía un denuncio de la fugitiva, y
se figuraba conocer el rebuzno de la Generosa en cualquiera de los muchos rebuznos que se oían a lo lejos.
penumbra: el terror que le inspiraba doña Elena y la angustia por la
pérdida de la burra, embargaban por completo todas sus facultades, y
seguía andando por aquellas largas veredas, que, blanquecinas, se
prolongaban entre la vegetación como víboras inmensas, que más crecían
mientras más caminaba sobre ellas, y que tenían la cabeza perdida en un
horizonte tan vago, que ni era obscuro ni era luminoso.
rendida y sin saber en dónde se encontraba, sentóse a descansar al pie
de un árbol. A lo lejos brillaban algunas lucecitas en los caseríos;
llegaban desde allí los ladridos de los perros, y alguna que otra vez el
sonido de los campanos de las vacas que se movían en los establos. Pero
poco a poco a Serafina le pareció que todas aquellas luces se iban
extinguiendo; que los ruidos se alejaban; que el terreno se hundía
dulcemente; que la obscuridad se hacia más densa: entornó los párpados y
se quedó profundamente dormida.
otros velan, los gritos de los gansos y el cacarear de las gallinas y el
ruido que se oyó por los establos, no dejaron duda de que los zorros
aprovechaban la ocasión. Y aquello fue la catástrofe. Unas gallinas
morían, otras se salían por los bardales, otras por la puerta del campo,
que se quedó abierta, y entre aquel sálvese el que pueda, hasta los
gansos perdieron su dignidad y salieron a escape. Serafina se despertó
asustada por el ruido de un carruaje que se acercaba; abrió los ojos, y
vio que estaba al borde de una carretera. Comenzaba a amanecer. Sobre el
limpio azul del cielo se iba tendiendo como una gasa de color rosa; la
luz azulada penetraba ligera por todos los vericuetos de la montaña,
como si buscara algo que había dejado olvidado el día anterior; cruzando
entre el follaje, se deslizaba hasta debajo de las hojas que había
caídas, y todo lo recorría, preparando la tierra para recibir engalanada
la visita de los rayos del sol.
usted! ¿Cómo le va a usted, tío Quintín? Ahora pondrá usted casa, ¿es
verdad? y me llevará usted a servirle: ya verá usted cómo estará
contento. Yo soy muy trabajadora, y no quiero volver a la casa de la tía
Elena, porque me pega mucho, mucho…
dormir en toda la noche, vieron a lo lejos por una carretera, un coche
que se alejaba del pueblo; pero era imposible que creyeran quiénes iban
adentro aun cuando se lo hubieran dicho; y jamás pudieron saber lo que
había pasado, pues lo único que llegó a sus noticias fue que a Serafina
la había puesto su tío en un colegio de señoritas en Madrid.
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