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Moderate

Como al mejor cazador
se le va la liebre, a pesar de tan diligente y cuidadosa como era el ama
del señor cura, una mañana de verano se olvidó de cerrar la puertecilla
de la jaulica en que estaba prisionero un gorrioncillo alegre y
cantador, que hacía más de un año formaba las delicias de los humildes
habitantes de la casa cural.
El gorrioncillo se acercó cautelosamente hasta la puerta de la
jaula, y dando saltitos y volviendo la cabeza y piando suavemente,
examinó la salida y se puso a reflexionar en las probabilidades de éxito
que podía tener la fuga.
La jaula estaba en una solana: el día se presentaba sereno y
hermoso; había en derredor de la casa pocas calles, y a corta distancia
se veía el campo cubierto de dorados trigales, que ondulaban mansamente
al ligero soplo del vientecillo de la mañana.
Tentadoras eran las circunstancias, y el amor a la libertad decidió
al prisionero; saltó fuera de la jaula y emprendió el vuelo en el
momento mismo en que el ama aparecía en escena.
Como hacía tanto tiempo que el pobre gorrión no ejercitaba sus alas
en el vuelo, pesadamente hendía el aire, desfallecía a cada instante,
tropezaba con los tejados y se estremecía de terror oyendo los gritos
del ama, que decía a los vecinos el rumbo que seguía el fugitivo y la
torpeza con que volaba.
Por fin, cansado y sin poder ya continuar, cayó más bien que
deteniéndose, de golpe en medio de un campo efe trigo. Allí permaneció
largo rato, que él no supo saber cuánto tiempo fue, porque no llevaba
reloj, pero es de suponer que fueran más de dos horas.
Se había salvado; había recobrado su libertad, pero tenía un hambre
devoradora, porque el trabajo había sido extraordinario y emprendida la
fuga antes de tomar el almuerzo.
Es verdad que estaba en un campo de trigo; pero las espigas,
todavía recias, no se dejaban arrebatar ni un grano y el gorrioncillo,
maltrecho de la caída, no podían entrar todavía en lucha.
En vano buscó algún insectillo, alguna semillita desprendida de su
planta; nada, no encontró nada, y el hambre le apretaba más a cada
momento.
Comenzó a quejarse tristemente, descansando a la sombra de una
hermosa mata de trigo, quizá la más sazonada de todo aquel campo; y
tanto dijo el pajarito y tanto se lamentó, que una de las espigas dijo a
sus hermanas:
-Muéveme a compasión el dolor de este pobre animalito, y os aseguro
que si un ligero vientecillo me ayuda a sacudir mi casa, voy a dejarle
caer, por lo menos, la mitad de los granos que guardo; que tanto les
dará a ellos pasar por el pico de este gorrión como por las piedras del
molino.
Como si el aire hubiese escuchado aquellas palabras con
satisfacción, comenzó a agitarse, y una ráfaga más ligera que las otras
vino a chocar con la espiga caritativa que, inclinándose, abrió las
puertas de sus trojes y regó en derredor del hambriento pajarillo granos
de trigo sonrosados y frescos.
Más tardaron ellos en caer que en pasar al buche del animal, que,
una vez satisfecho, sintió la gratitud por aquel beneficio, y procuró
recordar algo de lo que había oído decir al señor cura, para repetírselo
a su benefactor. El gorrioncillo era joven, tenía buena memoria, y poco
trabajo le costó hallar lo que buscaba.
Se alzó sobre sus patitas y, tomando un aire solemne, dijo a la
espiga aquellas palabras que el Génesis refiere que el Señor dirigió a
Abraham:
«Tú serás bendita; se multiplicará tu semilla como las estrellas
del cielo, como las arenas en las costas del mar, y tu posteridad
poseerá la tierra de promisión».
-Pero ¿cómo podrá ser eso? -decía la espiga. Porque no me ha
quedado más que un solo grano de trigo, pues todos te los he dado a ti.
-Se multiplicará tu semilla -repetía el pajarito-; se multiplicará
tu semilla como las estrellas del cielo, como las arenas en las costas
de los mares.
Y todas las demás espigas se mecían con el viento, riéndose de las bendiciones del gorrión.
Como todo esto pasaba en España en el año del Señor
de 1520, le daremos la palabra, para terminar este cuento, a uno de los
conquistadores de México.
En una relación sobre la conquista de México, hecha por Andrés de
Tapia, y que titula «Relación de algunas cosas de las que acaecieron al
muy ilustre señor don Hernando Cortés, marqués del Valle, desde que se
determinó a ir a descubrir en la tierra firme del mar Océano», y la cual
relación fue publicada por don Joaquín García Icazbalceta en la Colección de documentos para la historia de México, el año de 1866, en el tomo II, página 592, se lee el siguiente párrafo, con el que puede cerrarse esta narración:
Al marqués, acabando de ganar México (1521),
estando en Coyoacán, le llevaron del puerto un poco de arroz; iban entre
ellos tres granos de trigo; mandó a un negro horro que los sembrase;
salió el uno, y como los dos no salían, buscáronlos y estaban podridos.
El que salió llevó cuarenta y siete espigas de trigo. De esto hay tanta
abundancia, que el año 39 yo merqué buen trigo, digo extremado, a menos
de real la hanega; y aunque después al marqués le llevaron trigo, iba
marcado y no nació. De este grano es todo, y hase diferenciado por las
tierras do se iba sembrando, y uno parece lo de cada provincia, siendo
todo de este grano.
Inútil es decir que ese grano era el que había
alcanzado las bendiciones del pajarito, y sé que hasta hoy sigue
cumpliéndose la profecía.
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