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ocultas entre cajigas, castaños, nogales y cerezos, semejaba, más bien
que un pueblo con arbolado, un bosque con casas. A lo lejos, y en las
ardientes mañanas de verano, aquel pueblo parecía como dispuesto a
deslizarse con suavidad por la pendiente para tomar un baño en el si no
abundoso, sí fresco y transparente río que, desprendiéndose del valle de
Pas después de haber refrigerado a multitud de nodrizas, cesantes unas y
en agraz las otras, resbala, buscando la tumba común de los ríos, en
una estrecha cañada, a la que, sin duda por adulación o por cariño, han
bautizado los montañeses con el pomposo nombre de valle de Toranzo.
el encanto de una mañana de fiesta; porque, digan lo que quieran los
sabios sueltos o que escriben en los periódicos, la luz de los días
festivos es distinta de la luz de los días de trabajo, y en aquél
apareció como diciendo: aquí está lo mejor del baile.
comunes, ya jugueteaba sobre las espumas del río; ya iluminaba en su
vuelo a las abejas, convirtiéndolas en chispas de fuego que se cruzaban;
ya, arrastrándose, venía a esmaltar la hierba de los prados, o a
reflejarse sobre un fragmento de vidrio, del que hacía brotar un sol
pequeñito, pero deslumbrador, en mitad de la carretera.
feligreses: los muchachos recorrían en grupos las calles, y parecían
vestidos de nuevo hasta los que tenían el mismo traje que la víspera. Y
espantados de aquel rumor los gorriones y las golondrinas y los
vencejos, revoloteaban en el aire sin encontrar lugar seguro donde
posarse.
la de doña Brígida Sarmiento, una de las principales de aquel pueblo.
Doña Brígida era una viuda cincuentona, fresca de carnes, de rubicunda
cara y abultado vientre, inofensiva si las hay y de carácter tan dulce,
que de ella decían siempre sus vecinos que se pasaba de buena. Jamás
tuvo querella con alma nacida, y ningún pobre llegó a sonar la
campanilla de la cancela que no quedara socorrido, aunque no fuese sino
con un pedazo de pan.
soñado viuda alguna. Salía de casa únicamente para ir a la iglesia
cuando llamaban a misa o tocaban al rosario por las tardes, y todo su
encanto eran sus gallinas; porque, eso sí, no había gallinas como las
suyas en veinte leguas a la redonda. Y eso lo decía a voz en cuello la
tía Camorra todos los jueves que iba a Torrelavega al mercado para traer
en su carrito los encargos de los vecinos.
gallinas; hasta el regajo se oían sus gritos cuando el milano se cernía
sobre aquella tribu alada. Y era su encanto, que, al cruzar por el
corral, pollas, gallinas y gallo vinieran a rodearla, cacareándola
alegremente y picoteando el delantal y la falda como si le dijeran: «A
ver qué cosa hay para nosotras».
señora marquesa y la señorita Carmen, habían ofrecido a doña Brígida
venir a su casa uno o dos días; y como el difunto de doña Brígida, y
ella misma, debían tan grandes favores a los marqueses, y además eran
unos señores tan buenos y tan amables, doña Brígida se sentía
satisfecha, feliz y orgullosa con aquella distinción; porque tan buena
como era, no dejaba de tener ese fondito de malevolencia que tienen
siempre todas las hijas de Eva, y allá en su interior sentía un
regocijo, un si es no es reprochable, pensando en la envidia que iban a
tenerle don Nicolás el del molino, las hijas del alcalde, el tío Pedro,
que se tenía por gran personaje, y la tía Faustina, que siempre contaba
con un viaje a Santander en el que había tratado íntimamente a la mujer
de un cónsul.
que no, sacudió sus trajes, les hizo tomar una copilla de jerez con
unos bizcochos, y en seguida, poniéndose su pañuelo negro a la cabeza, y
para que el tiempo no se perdiera inútilmente, los llevó a la plaza,
centro de todo regocijo en aquel día.
cabalgaduras y los animales tirando carretas, iban y venían cruzando
entre la muchedumbre con tan poco miramiento como si aquello fuera un
desierto. Y aunque no mediaba el día ya el baile estaba armado; y al
aire libre, y sin más abrigo que la sombra de los árboles, hombres y
mujeres bailaban unos frente a otros en dos largas hileras, sin tocarse,
y triscando, como allí se dice, los dedos para imitar el ruido de las
castañuelas. Y eso al son de los panderos que manejaban desesperadamente
dos chicas del pueblo, cantando a grito herido y con envidiables
pulmones, alegres coplas de este género:
Carmen, hija de los marqueses, que contaría de edad unos trece años, se
empeñó en comprar una sortija, y la compró Era de reluciente cobre con
una esmeralda de vidrió, que en Madrid hubiera costado cinco céntimos, y
allí se la hizo pagar el joyero por una peseta.
niña. La marquesa quiso verla; pero por más que en uno y otro bolsillo
la buscó cuidadosamente la chica, todo fue inútil. La alhaja había
desaparecido, y en toda la casa no pudo ser hallada. Quizá se había
caído en la calle, y de tantos transeúntes, no faltaría alguno que la
hubiera levantado.
la había hallado; y doña Brígida, como quien da una lección de historia
natural, refirió que en el buche de una gallina de las que se había
matado para la cena; porque las gallinas y los pollos se tragan los
objetos brillantes con tal de que sean pequeños, y después, aunque se
pase algún tiempo, se les encuentra en el buche o en la molleja.
Celebróse mucho el hallazgo y la noticia, y los marqueses se retiraron a
descansar.
marqués, tomando un aspecto grave, vino a encontrarla, diciéndole en
pocas palabras que la marquesa había perdido una sortija a la que tenía
un extraordinario cariño porque, además de ser de gran valor, era un
recuerdo de familia. La había buscado inútilmente, y no quedaba más
esperanza que la de encontrarla en el buche de alguna gallina, porque la
marquesa no se resignaba a la pérdida de la sortija, y el marqués
estaba dispuesto a pagar el precio de todas las gallinas que había en el
patio, porque era preciso ver si alguna se había tragado aquella
alhaja.
gallinas, no supo qué creer, le parecía que estaba soñando: que el
marqués decía eso de chanza; que no era verdad, o que estaba loco,
cuando se atrevía a proponerle semejante cosa; y se dibujó en su boca
una sonrisa de estupidez, mientras sus ojos se abrían desmesuradamente.
Pero un momento de reflexión le bastó para comprender que aquélla era
una espantosa verdad; quiso, haciendo un esfuerzo, salvar a sus queridas
gallinas, alegando que podría haberse perdido la sortija en la plaza y
aún podía encontrarse. -Nada, nada -interrumpió el marqués en un tono
que anunciaba una resolución irrevocable-; no sea usted preocupada, doña
Brígida; para usted lo mismo son estas gallinas que otras, y éstas las
pagaré muy bien y se las repartiremos a los pobres, que bastante nos lo
agradecerán.
traía la sortija y se la quitó para lavarse las manos, y la olvidó
después; de modo que donde ha desaparecido es aquí; conque resuélvase
usted, y vamos que los criados comiencen a coger algunas gallinas,
porque nosotros debemos marcharnos de seguida.
encontró en su casa a las sobrinas medio llorosas, pero procurando
también disimular. Los marqueses estaban en su alcoba haciendo los
últimos arreglos para la marcha: el landó en la puerta; el cochero en su
sitio; el lacayo cerca del estribo, y los caballos pateando
desesperados por las moscas. Doña Brígida, haciendo un esfuerzo,
preguntó a las sobrinas: -¿Pareció? -¡Qué había de parecer! -contestó
una de ellas con mal humor. -La viuda se dirigió entonces lentamente al
patio en que estaban antes las gallinas. Pero al llegar allí sintió que
se anudaba su garganta y sus ojos se llenaban de lágrimas. Una de las
chicas la seguía sin decir palabra; aquel patio, otras veces tan
animado, estaba silencioso; había plumas por todas partes. ¡Cuántas
plumas! -exclamó doña Brígida.
suaves y blancas como un poco de nieve, y las guardó como una reliquia
entre las hojas de su libro de misa. Dos gruesas lágrimas rodaron por
sus encendidas mejillas, sin duda las primeras que había derramado
después de la muerte de su marido. En este momento los marqueses salían
para tomar el carruaje. La viuda limpió precipitadamente sus lágrimas, y
puso una cara de satisfacción que no dejaba adivinar lo que ella
sentía. ¿Cómo darles un disgusto por unas gallinas a aquellos señores
tan buenos, que le habían hecho el favor de venir a pasar un día en su
casa?