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Easy

Los hombres más
juiciosos no son más que locos mansos. Oigan ustedes esta historia.
Tengo desde hace muchos años íntima amistad con el conde del Sarmiento;
un hombre inteligente, instruido, caballeroso y del que puede decirse
que si no es un genio, es por lo menos un escritor distinguido.
Una mañana entró en mi alcoba cuando acababa yo de despertar.
-Perdóname -dijo- que tan temprano venga a molestarte. Quiero que seas mi padrino.
-¿Pero vas a batirte?
-Sí; he tenido anoche algunas palabras con un caballero que se llama Román Santiurce.
-Le conozco bien. ¿Y qué palabras han sido ésas?
-Bueno…, cualquier cosa; pero yo necesito batirme con él.
-No, poco a poco; explícame primero, y después resolveré si te ayudo o no.
-Pues óyeme, y fíjate para que veas que me sobra razón. Tú sabes
que tengo relaciones con Clotilde y estoy apasionado de ella hasta la
locura. Clotilde tiene en el Real una butaca en el turno primero y como
debes suponer, me encanta estarla mirando durante la representación.
¡Pues ahí va lo grande! Yo veo a Clotilde desde mi platea; pero en la
butaca que está delante de ella se sienta ese hombre, y como le hace el
amor a Lucía, ya la conoces, que está al lado de él, inclina la cabeza y
me oculta siempre a Clotilde, me la eclipsa; dirijo para ella mis
gemelos, y en vez de encontrarme el rostro de Clotilde, siempre es la
horrible cara de ese hombre la que estoy mirando, y esa contrariedad
cada turno primero, me ha hecho crear un fondo de odio contra él, que le
mataría con mucho gusto por no volver a ver esa cara. Por su parte, él
debe estar enamorado de Lucía, y se supone que yo miro para donde ellos
están por hacerle el amor a ella, y me detesta; sí, me detesta; se lo
conozco.
Anoche me dirigió los gemelos con insistencia, lo cual, como
comprendes, es una verdadera provocación. Salimos, cambiamos algunas
palabras, y cambiamos también nuestras tarjetas. Conque ya sabes la
historia.
Procuré convencerle de que no tenía razón, pero fue imposible;
estaba empeñado en batirse con Román. El eclipse de Clotilde en el Real
le tenía fuera de tino.
Acepté la comisión reflexionando que era el mejor camino para
evitar un lance. Busqué un amigo de confianza, hablamos con Román y con
sus padrinos, y no hubo desafío, sino las explicaciones que eran
naturales.
Pasaron siete meses; almorzaba yo con el conde y me dijo:
-¿Sabes que he tronado con Clotilde?
-¡Hombre, no!, ¿y por qué ha sido?, ¿no estabas tan apasionado de ella?
-Es verdad; pero mira. Ya conoces la íntima amistad que tengo con
Román; después de aquella locura del duelo, que tú cortaste con tanta
prudencia, y desde que él supo que yo a quien buscaba con los gemelos
era a Clotilde y no a Lucía, comenzaron a intimarse nuestras relaciones,
y ahora somos como dos hermanos.
Clotilde, por caprichos de mujeres, le tiene mala voluntad; siempre
me habla mal de él, poniéndole en ridículo, sobre todo desde que supo
que había reñido con Lucía.
-¿También eso acabó?
-Hace un mes.
-Pues bien; ayer Clotilde hizo no sé qué desaire a Román, y yo la
reconvine; ella se encampanó, y de una en otra palabra llegamos al
rompimiento, y te aseguro que es definitivo.
-La verdad, dime la verdad. ¿Es que ya estabas cansado de ella?
-No mucho, pero pudiera ser; lo que sí te aseguro es que no habrá reconciliación.
Dos meses después me decía el conde:
-¿Pero te cabe en el juicio que Román esté en relaciones con Clotilde?
-¿Están en relaciones?
-Sí, y él está enamoradísimo.
-¿Te has disgustado con él?
-¿Por qué? A mí nada me importa.
Un mes después, yo era el que le decía al conde:
-Óyeme. A mí es a quien no le cabe en el juicio que estés tan apasionado de Lucía y tengas relaciones con ella.
-¡Chico! Tú no sabes. Es una mujer adorable, encantadora; no la mereció Román.
-¿Y él qué dice?
-Nada, ¿pues qué le importa?
Estábamos en el Real; entré en la platea del conde, y, largándome unos gemelos, me dijo:
-Mira, lo mismo que la temporada anterior. Busca a Román por allí.
Dirigí los gemelos en la dirección que me indicaba, y, en efecto,
el cuadro era el mismo. No más que los personajes habían cambiado de
sitio. Clotilde estaba al lado de Román, y Lucía en la butaca detrás de
él, sufriendo algunas veces el eclipse cuando Román se inclinaba para
hablar con Clotilde.
Coloqué los gemelos sobre un sillón, y dije al conde:
-¿Quieres que vaya yo en tu nombre a desafiar a Román?
Por toda respuesta él se echó a reír, y después dirigió los gemelos a Lucía, que miraba obstinadamente con los suyos.
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