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hombre a arreglar las uñas de las manos a su señorita, ni que todos los
días viniera una mujer expresamente a peinarla; pero lo que más le
asombraba era el teléfono, y al tercer o cuarto día de estar en la casa
la sorprendió Blanca en el aparato, teniendo una trompetilla en la oreja
y hablándose a sí misma con la otra.
que tan en alto grado poseen las mujeres, Juanita vestía como las
criadas de Madrid; hablaba a su señorita en tercera persona; cantaba
todo lo que oía tocar en los organillos y lucía, como una pulsera de
oro, una cinta negra con que se oprimen la muñeca de la mano derecha las
chicas que por planchar mucho sufren en esa parte del brazo.
de todo corazón, como quieren los que no tienen otra cosa con qué
ocupar su cerebro, y el novio Nicolás había prometido escribirle.
Juanita esperaba con impaciencia aquella carta; pero, por su desgracia,
la chica no sabía leer y vacilaba entre el placer de recibirla y el
disgusto de tenerla entre las manos, anhelando por conocer el contenido,
de modo que unas veces deseaba la llegada de la carta y otras tenía
miedo de recibirla.
cada vez que miraba salir a la vaca o a la burra que ella tenía
costumbre de sacar al campo; le encargaba que no le olvidara; que
procurara ahorrar algunos cuartos para ayuda del casamiento, y, sobre
todo, que no dejara de contestarle.