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sus corolas y otras se inclinaban lanzando su perfume para pedir la
lluvia, porque el perfume es la plegaria de las flores, como es también
su canto de amor. Pero ninguna murmuraba en el bosque, y esperaban
resignadas a la nube bienhechora que debía traerles la lluvia.
que llega con las nubes antes que la lluvia, y después con esa veladura
que a la luz del sol le dan las últimas gasas que deja tras de sí la
tempestad, el agua podría serles muy dañosa. Las florecillas no
escucharon su razonamiento, y tanto insistieron que el hada se resolvió a
darles lo que pedían.
la tranquila superficie del agua se rompió con estrépito, formándose en
todas direcciones movedizos círculos bordados por los rayos del sol de
luces y colores, y que se ensanchaban, se multiplicaban, se cruzaban sin
confundirse y seguían trémulos y caminando hasta morir entre las rosas
que en los bordes se inclinaban para mirarse en las aguas del estanque.
aquellas florecillas; pero poco a poco comenzaron a sentir un calor
desconocido y terrible. Los rayos del sol, concentrándose en aquellas
gotas de agua, penetraban como dardos de fuego hasta el corazón de las
flores; y antes de que esas gotas se hubieran evaporado, las flores
doblaban la cabeza mustias y marchitas.