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su hija en los tiempos bonancibles de la familia. Pero aquélla era el
arma de combate de las dos pobres mujeres en la terrible lucha por la
existencia que sostenían con un valor y una energía heroicos; era como
la tabla de un naufragio; de todo se habían desprendido; nada les
quedaba que empeñar; pero la máquina, limpia, brillante, adornaba aquel
cuarto, para ellas, como el más lujoso de los ajuares.
de la mañana, al pasar por la puerta de la guardilla de Marta veía
siempre la luz y oía el ruido de la máquina; lo mismo contaba Mariano,
que era acomodador del teatro Apolo; y Pepita la lavandera, una moza por
cierto guapísima, decía que en verano, cuando el sol bañaba su cuarto y
el calor era insoportable a mediodía, se levantaba a las tres a
planchar, para aprovechar el fresco de la mañana, y siempre sentía que
sus vecinas estaban cosiendo.
fiel amiga: el casero cobraba tres meses; doña Juana no tenía ni para
pagar uno; era el verano, y las señoras que podían protegerla no se
hallaban en Madrid; estaban unas en Biarritz, otras en San Sebastián,
otras en el Sardinero de Santander, y el administrador se mostraba
inflexible.
arrojó sobre su cama y comenzó a llorar silenciosamente; y como les pasa
a los niños, se quedó dormida. Muchos meses después, una mañana al
sentarse a la mesa para almorzar el general Cáceres, recibió una carta
que en una preciosa bandeja de plata le presentó su camarista.
había habido un almuerzo animadísimo: era la casa de Celeste, que era el
nombre de guerra de la hermosa propietaria de aquel nido de amores. Dos
o tres amigas suyas estaban allí, y con ellas otros tantos amigos del
joven marqués que cubría los gastos de aquella casa.
regalo; pero que no lo acepto porque ya es tarde, muy tarde, por
desgracia; llévese usted esa máquina, que no la quiero en mi casa; que
no la quiero ver, porque sería para mí como un remordimiento. Que se la
regalen a esa muchacha honrada; que se la regalen, que muchas veces la
falta de una máquina de coser precipita a una joven en el camino del
vicio…, pero no, espere usted un momento.
comedor, llegó a su gabinete, abrió una preciosa gaveta, y sacó de allí
un carrete de hilo, ya comenzado; volvió al comedor, hizo mover los
resortes de la máquina, colocó allí el carrete como si ya fuera a
trabajar, y dirigiéndose a Pedrosa, le dijo: