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de Carlos V y Felipe II; y cruzaban por las carreteras tropas sombrías
de soldados extranjeros, levantando nubes de polvo que se cernían
pesadamente y se alzaban, condensándose como para formar la lápida de un
sepulcro sobre el cadáver de un héroe.
celebraba como seguro. El pueblo dormía el sueño de la enfermedad, pero
un día el león rugió sacudiendo su melena, y comenzó la lucha gloriosa.
España caminaba sangrando, con su bandera hecha girones por la metralla
de los franceses, por ese doloroso vía crucis que debía terminar en el
Tabor y no en el Calvario.
inteligencia, y sin haber concurrido a la escuela, ni haber cultivado el
trato de personas instruidas, sabía leer, y leía y procuraba siempre
adquirir noticias de los acontecimientos de la guerra y de la marcha que
llevaban los negocios públicos, entonces de tanta importancia.
una alegría indescriptible llegaron a la casa, encendidos y sudorosos,
cuidando a los pajaritos como una madre puede cuidar a sus hijos; y
arrebatándose la palabra y pudiendo apenas seguir el hilo de la
relación, contaron a la abuelita, que tomaba el sol a la puerta de la
casa, cómo había sido el hallazgo, y las peripecias de la aventura para
alcanzar el nido, y con gran admiración agregaban que, por todo el
camino, los padres de los pajaritos habían llegado tras ellos hasta la
casa, volando de rama en rama y piando lastimosamente.
crecen y que puedan escaparse; pero como que no pueden escaparse porque
están en la jaula, aunque ya puedan volar; como ella ve que no pueden
escaparse aunque pueden volar, les trae entre la comida un veneno que
ella conoce para que se mueran, mejor que no se queden cautivos; y por
eso.
es verdad: estas madres prefieren ver muertos a sus hijos antes de
verlos esclavos; y si todas las madres en España pensaran así, y si los
hijos lo hubieran comprendido, hoy ya no estarían los franceses en
nuestra tierra, o hubiera muchos cobardes de menos.