Al día siguiente reinaba en la ciudad una agitación espantosa. Todas las casas se cerraban; los puestos del mercado se levantaban a toda prisa; los vecinos corrían a refugiarse con la misma premura que si les amenazase un chubasco; no se oían por las calles, sino carreras, gritos de alarma, lloros de niños y mujeres, y toquidos desesperados en las puertas. A la voz de: ¿quién?, pronunciada tras de los zaguanes con un acento trémulo de pavor, replicaba otra voz desde afuera: ¡abre!, que parecía salir de una fosa del cementerio. Entonces por un extremo de la calle se escuchaba rumor de caballerías. Un nuevo grupo de vecinos aparecía, buscando un punto por donde escaparse; ondulaba un momento, y se desparramaba; pero en el otro extremo se dejaban oír otros rumores siniestros, y entonces el grupo se apiñaba contra las paredes, dando alaridos de terror que penetraban en las casas, haciendo temblar a los de adentro.
Corría la voz de que Rodrigo de Paz estaba preso, y que sus tropas, capitaneadas por Arróyave, se disponían a dar una batalla a las de Estrada y Albornoz, mandadas por Francisco de Medina.
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