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Fairly Easy

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La voz de Chirinos y la voz del cielo

Acercábase el término fijado por Negromonte a la existencia de Isabel. Chirinos, resuelto a dejar libre el paso a los destinos de la joven, si ésta permanecía inflexible, quiso por última vez probar si con sus ruegos lograba obtener algo que consolara su esperanza. Una larga entrevista donde agotó los recursos todos de la elocuencia, sin perdonar las lágrimas, le mostraron que el amor no se obtiene, como la limosna, a fuerza de súplicas. Que el ruego sirve muchas veces para hacer, no ya molesto, sino aborrecible, a un desdichado de esos que aman por una fatalidad a quien los desprecia. Chirinos adoptaba con Isabel esa táctica llamada por muchos con el nombre de romanticismo; es decir, un conjunto de prácticas dirigidas todas a mostrar que nos consume la más negra melancolía.
Esto será siempre una locura, y una locura siempre inútil. Nada más interesante que esa dulce tristeza prendida como un velo sobre la frente de la juventud que sueña con las ilusiones de su primer cariño; pero nada más horroroso que la adusta palidez de un semblante que muestra en las miradas, no la amargura de los que aman sin esperanza, sino el profundo padecer, la sombría resignación y los tormentos de un condenado. El tipo del amante lloroso, demacrado, lívido, que persigue a las hermosas con ayes dolientes, mostrándoles su cabellera encanecida por el insomnio, y su corazón hipertrofiado ceñido por coronas de espinas, se reproduce en todos los tiempos, agobiado por los desdenes y aun correspondido con los ultrajes. La mujer detesta la vanidosa confianza de un fatuo y se complace en despreciarle; pero le da miedo cuando uno de esos hombres de largas melenas, de ojos hundidos y empañados como los de un cadáver, cae a sus pies hablándola de penas devoradoras, de desesperaciones infernales, de gemidos horribles, de amor que devora como el incendio, de noches que se alargan como la eternidad, de dolores que se extinguen con el suicidio y de almas que se abisman en el infierno.