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Fairly Easy

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La seducción

Negromonte abandonó su asiento, y acercóse más a Salazar y a Chirinos; los tres formaron un grupo enfrente de la vela, y sus sombras, creciendo hasta ser gigantescas, se encontraron también allá sobre las paredes del fondo, como tres fantasmas de la noche.
-En primer lugar -dijo Negromonte-, necesitamos el valor para pensar, y valor para ejecutar; valor para el combate, sea éste del carácter que fuere. Una vez que las gentes conozcan nuestras aspiraciones, ningún obstáculo debe detener nuestra marcha, porque nos esperan los silbidos del mal éxito y la venganza de nuestros enemigos. ¿Y qué peor pudiera acontecemos, en pago de lo que se llama un crimen?, los imbéciles, por frioleras suelen columpiarse en el palo con igual número de oscilaciones que los grandes hombres por maldades que estremecen al mundo. Nomás que los primeros provocan a risa, y los segundos son mirados con silenciosa veneración, aun en el lecho del sepulcro. ¿Por qué no llegan a sus fines tantos hombres que aspiran a gobernar las naciones? Observad bien y veréis que algún escrúpulo, algún afecto, alguna ruin consideración de lo que llaman leyes del honor o de la conciencia, es precisamente lo que causa la eterna perdición de esos seres mezquinos. Veréis, además, que pierden no sólo la fortuna, el puesto y la vida, sino el honor, porque pasan por inhábiles; el afecto, porque están arruinados; y su decantada conciencia, pues el que cae en la horca mofado y ultrajado por los mismos a quienes compadecía, se desespera, se arrepiente de haber sido humano, y muere maldiciendo esa moral que ni consuela al débil ni sirve a los fuertes sino para aniquilar el enérgico impulso que la fortuna les concede para conservarse. ¿Y qué os sucede a vosotros?, ¿y qué os detiene?… ¿y qué fin tendréis cuando Albornoz y Estrada, no bien seguros todavía, rompan con vuestros títulos esa amistad que os aparentan?