Only page of capítulo
298
51
Fairly Easy

16
El veedor y el factor

Medina volvió en sí a pocos momentos; Luz, con esa elocuencia que sólo inspira la verdad, y esas lágrimas aún más elocuentes del amor ultrajado, refirió su entrevista con Tapia; la sorpresa que ambos recibieron al oír los pasos que ella creía fuesen de Medina, y Tapia los de Estrada: refirió de igual modo las respuestas engañosas que la dio Zapata; y hasta las palabras con que Tapia, ya desesperado con las repulsas, expresaba su amor y la triste resolución de acabar con sus días. Por otra parte, la conocida sencillez de doña Luz, su virtud, esa virtud a que Medina, con toda la fuerza de la audacia, del tiempo, de la seducción, y hasta de la amenaza, no había podido vencer nunca, sino en el terreno puro del alma, concluyeron por desvanecer hasta la más leve sospecha de culpabilidad, y arrastraron a sus pies a ese hombre salvaje, que postrado de hinojos y fija en el suelo la mirada soberbia, pidió perdón por su extravío y prometió borrar, a costa de un grande sacrificio, el recuerdo de los ultrajes, y pagar, aunque fuera con sangre de su corazón, cada gota de llanto vertida por su causa.
Los términos que había usado Medina pedían una reparación. La vergüenza de hallar inocente a doña Luz después de haberla desgarrado con los insultos más violentos, no podía borrarse con el perdón. El arrepentimiento, que hace vagar por la faz de Dios una sonrisa de misericordia, no pone sino un gesto de desprecio en los labios del que ha sido calumniado sin justicia. El corazón humano arroja entonces el perdón; pero se reviste de altivez y pone una mirada de lástima en el miserable que, sin más prueba que vanas apariencias, juzga y condena a su víctima al tormento de la calumnia.