Que por epígrafe llevará esta sentencia: «Quien tal hace, que tal pague»
Volvamos ahora adonde quedan Medina y Andrés Tapia. Cuando éste, después de haber presenciado la lucha que sostuvo doña Luz, vio que Medina, por una casualidad inesperada, vino a ocultarse al mismo sitio donde él se hallaba tan seguro, quiso meterse por la puerta que tenía a la espalda, pero fue imposible, y hallóse frente a frente con don Francisco de Medina.
Al vago reflejo que atravesaba las cortinas, se vieron y creyeron comprenderse. Guardaron profundo silencio hasta que el eco de los lentos pasos de Estrada se hubo extinguido completamente. Entonces una mano de Tapia rozó por acaso la de Medina, y las dos manos se estrecharon en la oscuridad, enroscándose con la fuerza de una cólera contenida.
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