-Mucho se goza -dijo una voz detrás de los desposados, y un hombre con sus dos brazos estrechó cariñosamente los cuellos de los dos jóvenes.
Doña Isabel, que miraba en aquel momento al hombre de la cara de buitre, se estremeció como si hubiera sido sorprendida en un delito, y volvió rápidamente el rostro hacia el recién venido.
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