Negromonte, reconocido como secretario de los gobernadores, tuvo en el palacio de Cortés una lujosa habitación, con su sala de recibimiento. Salazar y Chirinos le habían dado amplísimos poderes, y ocupados únicamente en los negocios, digamos mejor, en las trapazas que pudieran dejarles grandes sumas de dinero, abandonaban todo el peso del Estado en los hombros de Negromonte.
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