Don José de Mallades, pues que ya sabemos que había sido el preso, fue con el mismo sigilo trasladado de las prisiones de la inquisición a un oscuro calabozo de la cárcel real.
Mallades comprendía que había sido denunciado y que los papeles que le habían arrebatado lo comprometían en gran manera; pero muy lejos estaba de creer la suerte que le aguardaba.
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