En el que la precocidad de los pollos determina una catástrofe
Sentémonos en una de las elegantes bancas de fierro del jardín de la Plaza Mayor de México.
La noche es hermosísima, y en el reloj de la Catedral acaban de sonar las doce y media: del portal de las Flores se retira el último figón improvisado sobre una mesa, y todavía en los dos extremos del portal de Mercaderes permanecen, soñolientos y silenciosos, dos dulceros, iluminados por la fuerte luz de un quinqué de petróleo.
Sign in to unlock this title
Sign in to continue reading, it's free! As an unregistered user you can only read a little bit.