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El altar de los Dolores

Al acercarse la noche, el trajín tomó el carácter de una asonada: faltaban muchas cosas, ya era la hora, Concha no estaba vestida, doña Lola tenía jaqueca, todas las piezas de la vivienda estaban llenas de vecinos.
El sastre ponía velas en los candeleros; el de la guitarra hacía banderitas de oro volador; dos niñas dulces doraban naranjas agrias, mientras dos viejas agrias se acababan los dulces que les habían servido por vía de piscolabis o de servicio extra, y en virtud de la fuerte razón que dieron de espantarse el histérico.