Don Jacobo recibe el espaldarazo de la caballería andante y queda hecho guerrero
Al rayar la aurora el tordillito asomaba la cabeza entre las trancas del corral. El animal había perdido su blancura mate en virtud de la incuria de su nueva caballeriza. Don Jacobo se sorprendió al ver a su cabalgadura, que por un solo lado seguía siendo blanca, pero por el otro era amarilla: no parecía sino que el animalito había dormido sobre un lecho de zacatlaxcale en infusión.
Unos arrieros lanzaban a la sazón una estridente carcajada, burlándose del tordillo y llamándole «mascarita». El huésped se permitió algunas bufonadas sobre lo bien que se había pintado el andante, y recomendó al dueño que no lo vendiese.
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