Se temía una crisis. Hacía ya dos días que la condesa no se acostaba, y eso constituía para aquellos servidores, aleccionados en las enfermedades nerviosas por la práctica, un síntoma aterrador. Estaban, pues, abocados a un conflicto.
Aquel modo de morir de la condesa era solemne, pero frío. No había sentimiento en los que la rodeaban. No había más que cansancio. Se veía en todos los rostros una brutal aspiración de que terminara pronto aquello.; de buena gana, en vez de cerrarlas, habrían abierto a la muerte todas las puertas para que entrara sin empujar. -No, seguramente no se lucharía con ella a brazo partido como en las alcobas de los que mueren dejando una estela de amor por el mundo. -Podía venir cuando quisiera. No habrían de disputar por eso. Y cuanto antes mejor.
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