Conducen a aquel pueblo de los alrededores de Z hasta tres carreteras, todas ellas igualmente sucias y descuidadas. En invierno los baches del camino hacen más peligrosa la Odisea de un viaje por aquellas inmensidades de fango que una expedición por el Atlántico en época de equinoccios, y en verano es tan espesa la capa de finísimo polvo amarillento, polvo de greda, que el caminante huella con su pie y mide aterrorizado con la vista, que a veces diríase que aquel polvo tiene sentimientos de odio, según el cuidado que pone en sepultar hasta las corvas a todo el que se aventura a recorrerlo.
La carretera que une a Z con el pueblo de que hablo, tiene próximamente una extensión de cuatro kilómetros: cuatro kilómetros en línea recta que es un horror para el caminante. El camino es árido, sórdido y fúnebre como las fantasías dantescas del Infierno ilustradas por el lápiz sombrío de Doré. Ni un árbol, ni una fuente, ni una mata, ni una flor, ni un recodo donde poder sentarse y soñar con ideales de ventura en aquel desierto de greda; nada, sólo polvo. Se siente allí positivamente un gran desaliento de la Naturaleza creadora. Se ve fatiga, aburrimiento en la causa genésica del Cosmos. Aquello está hecho por un aprendiz de Creador y no por un maestro. Es aquel camino por misérrimo y por triste un bostezo y una lágrima, todo a un tiempo. No quiero decir que un argumento contra el cielo.
Sign in to unlock this title
Sign in to continue reading, it's free! As an unregistered user you can only read a little bit.