En Z en el mes de Octubre, cuando le da al sol por tener buena cara, por tener buen comportamiento, se gozan de temperaturas tan magníficas que involuntariamente hacen pensar en el Paraíso. Un otoño en Z, puede constituir para los espíritus tiernos, formal presentimiento del cielo. No se han despojado los árboles todavía de sus graciosos adornos, de sus hojas, de sus racimos, de su resina, de su interesante magnificencia externa. La atmósfera continúa llevando en disolución esos perfumes de la primavera, que parecen una caricia, un gracioso y prolongado saludo de la naturaleza vegetal a la animal, de las plantas a los hombres, esas otras plantas más infortunadas. El aire continúa tibio, amorosamente tibio, como el aliento de una mujer que se nos acerca para besarnos. Hay azul sobre nuestras cabezas, y ante nuestros ojos, vibrando con el éter, y descomponiéndose con la luz, los colores del iris, revueltos y confundidos en promiscuidades tan delirantes, que hacen pensar en los amores furiosos del verde con el grana y del blanco con el negro. Se oyen por todas partes armonías que confirman los supuestos conciertos de la Creación; y el tumultuoso parlotear de los niños, y el alegre trinar de las aves, parece como si hicieran bien al cuerpo, avivando la circulación de la sangre, y las soberbias combustiones de la vida, exuberante esos días, hasta en los tísicos, hasta en los curiales arrugados por el uso.
Eudoro Gamoda tradujo esa magnificencia del día por un simpático apercibimiento de la naturaleza al hombre para que se emancipara de la ley del trabajo, dura y terca como una maldición que viniera de lo alto. Cerró la puerta de su estudio, guardándose la llave, y se lanzó a la calle, llamándose a la parte en la espléndida repartición de aromas, de músicas y de colores.
Sign in to unlock this title
Sign in to continue reading, it's free! As an unregistered user you can only read a little bit.