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el Gachupín, le decían en las tierras remotas por donde anduvo. Don Igi
hace cuentas tras el mostrador, tiene un rictus de fantoche triste y
hepático. En la acera de los billares hay rueda de mozos, se conciertan
para salir de parranda, y deshacer el baile de Pepiño el Peinado. Una
mujerona con rizos negros, ojeras y colorete, en el fondo del café,
juega con el gato. A su espalda brilla la puerta de cristales, y el
claro de luna en el huerto de limoneros. Noche de estrellas con
guitarras y cantares, disputas y naipes en las tabernas, a la luz
melodramática del acetileno. En la puerta de los billares, los mozos
están templando. Valerio el Pajarito alarga el cuello sobre la guitarra.)
durante veintisiete años que radiqué en Toluca. ¡Lo que es el sino de
los hombres! Mérito acababa de traspasar el negocio y retirarme, estalló
la revolución. ¡Son batallas campales todos los días y tiroteos a los
trenes! El español, tan situado con el porfirismo, se ha visto más que
fregado.
al mostrador, y la morocha amusga la oreja para entender lo que trata
con el patrón. Sólo percibe el murmullo de las voces en sordina, y el
guiño verdoso de las caras bajo el mechero de la luz. Don Igi tiene una
actitud de fantoche asustado. Con los pelos de punta, huraño y verdoso,
se lleva un dedo a los labios.)
sentido el magnetismo de los ojos de la mujerona, fosforecidos bajo el
junto entrecejo: La Pepa le sonreía, pasándose la lengua por los
labios, y le respondió con un guiño obsceno. En la acera de los
billares, la ronda de mozos templaba las guitarras.)