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CAPÍTULO IX

El vapor daba tumbos, y el respingo de las olas empaña de espumas el ojo de buey que clarea la luz del ocaso al extremo del corredor. Entre el marullo del oleaje desgranaba sus notas un acordeón de emigrante. Parpadeaban las candilejas: Abrían y cerraban desconcertados ángulos de sombra. Por un paso de tres escalones se bajaba al sollado: El ácido olor de las heces viciaba el aire: Las literas se repartían a babor y estribor. De raro en raro algún bulto doliente se incorporaba con las bascas del mareo: Las pálidas cabezas casi tocaban la viguería. Los más de los lechos estaban vacíos; otros, ocupados por maletines y atadijos de ropas. Indalecio, sentado en su litera, los pies colgando, cantaba con un acompañamiento de acordeón. Letra y música eran de un sentimentalismo menestral. La Sofi, con el moño deshecho y las horquillas sueltas, se quejaba en otra litera pareja:
-No me atormentes, Inda. Calla, por favor, que se me saltan las sienes.