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CAPÍTULO VII

Asomó un mozalbete huraño, desmedrado, greñudo, los ojos suspicaces bajo el entrecejo de un rojo almagreño, la máscara de calmuco. Desde la puerta, con brusca obstinación, hizo señas al marinero apostado al pie del mostrador: Esperó a que pagase el gasto, y salieron juntos. El mozalbete inició la conversación en mal francés:
-¿Lo creerás, hermano? No resta ni un cópec del fondo recaudado en Cádiz. ¡Ni un cópec! El Maestro lo ha repartido entre los parias del pasaje… Tiene agujereadas las palmas.