Por la Plazuela de Capitanía, alegre de luces mañaneras, coincidieron los Señores López de Ayala y Fernández Vallín. Divisaron al Brigadier Topete tras los cristales de un mirador fulgente de sol, bajo los vuelos de la bandera. El glorioso lobo de mar, en mangas de camisa y gorra con recamo de oro, sorbía una jícara de café negro, divertido con cachaza burguesa ante el jaulote de la cotorra. Los farolones de la conjura orleanista le saludaron de lejos, desdoblada la atención entre el luminoso mirador y los charcos de la Plazuela. Don Juan Bautista, luego de corresponderles, se retiró subiéndose los tirantes, dando voces al asistente para que previniese la cafetera. Aun cuando la visita nublaba su optimismo matinal, puso a reventar las gomas de los tirantes, sacando el pecho de Neptuno.
-¿Aceptarán una taza de caracolillo? ¡Vaya, que no los hacía tan madrugadores!
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