El Señor López de Ayala se hospedaba en la Fonda de La Marina -Portales de San Francisco. Alumbrándose con cerillas, por corredores de numeradas puertas, sonoros de ronquidos, llegó a una sala que tenía dos alcobas. Se orientó quemándose los dedos, y al encender la bujía para acostarse, le dio el alto un papel puesto bajo el candelero:
-Urge que hablemos. Duermo vecino. Despiérteme cualquiera que sea la hora, cuando regrese.
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