Pasos, toses, rumores de nuevas visitas. La biblioteca se solemnizaba de calvas. Murmullos aprobatorios, cabeceos, asmas doctorales. El Señor Cánovas del Castillo peroraba con áspero ceceo y engalle de la jeta menestral. Tenía su discurso un encadenamiento lógico y una gramática sabihonda, de mucho embrollo sintáxico:
-No pertenezco, no he pertenecido jamás, al moderantismo histórico, y mi asistencia a esta reunión no supone, no puede suponer, mudanza en el ideario que durante toda mi actuación política he sustentado. Los grandes sucesos de la hora presente, la zozobra en que nos une a todos los hombres de orden la preocupación por los patrios destinos, que, a cuantos con nuestra actuación hemos contraído una responsabilidad histórica, no puede menos de inquietarnos, explica, razona y aun hacía inevitable que preopinantes de distintos credos nos juntásemos en evitación de males que hacen peligrar a las Instituciones. Más que los avances de la demagogia temo la provocación de la comunidad gobernante, temo el huracán de vesania que empuja a los elementos ultramoderados que tienen captada la Regia Prerrogativa. ¡Generales que han prestado relevantes servicios a la causa dinástica están camino del destierro! Una política que no vacilaré en calificar de desaforada e histérica, coadyuva a ponerlos en rebeldía, y tales procedimientos de gobierno, ahondando rencores, perpetúan la serie de los pronunciamientos militares, oprobio de la política española, por cuanto la indisciplina de los cuarteles solamente puede representar la subversión de todas las normas constitucionales que aseguran el turno pacífico de las diferentes comuniones políticas y la controversia doctrinal que presupone el Régimen Parlamentario. He dado mi leal consejo donde debía darlo, y al requerimiento para asumir en parte las responsabilidades de la gobernación, he opuesto un programa de rectificaciones inmediatas, he hablado con la franqueza a que me obligan de consuno mi lealtad y mi carácter. Su Majestad, otras veces tan propicia a la clemencia, ha creído prudente persistir en sus reales acuerdos y mantener el castigo impuesto a los Generales de la Unión Liberal. Os debía esta explicación, se la debía muy especialmente al Señor Conde de San Luis. ¡Los Generales hoy desterrados volverán un día, y ese día será un hecho la revolución española, y todos nosotros nos veremos envueltos en su giro y sujetos a su fatalidad! Pero las revoluciones siguen siempre un destino histórico, se contraen a cauces labrados por la tradición secular, como los ríos al desbordarse se contraen a las ondulaciones y declives geográficos, y la revolución española nunca podrá ser una utopía demagógica, porque la forma monárquica es consustancial con la Historia de España. Diré más: Con la Historia de Europa. Pero las espadas conjuradas pueden ser un peligro para la Reina. Yo he salvado mi responsabilidad allí donde debía hacerlo, y tranquila la conciencia, con el sentimiento honroso, pero triste, del deber cumplido, abandono la lucha política para consagrarme por entero a mis estudios de aficionado a las Letras.
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