La Junta Revolucionaria, con pálido y nervioso sobresalto, deliberaba en un sótano, almacén de mercadería náutica: Las Derrotas de Colón, frente al Muelle Viejo. Alumbraba en la sigilosa tienda una lámpara de faldetas verdes, pitoña del copiador y la partida doble. La Junta estaba en cisma con la ausencia del General Primo de Rivera. El Brigadier Topete, taciturno y reservón, soslayaba el compromiso de la Escuadra. Don Joaquín Pastor, amigo y oráculo, le ponía en la oreja un soplo furtivo. Paúl y Angulo llegó cantando la solfa romántica de las herejías democráticas. López de Ayala y Fernández Vallín significaban la sensatez burguesa y las traiciones políticas de la Unión Liberal. Acallóse la disputa de los conjurados, bajo el foco de una linterna que lució en la escalerilla del sótano:
-¡Caballeros, buenas noches!
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