El General Prim, que no juzgaba tan vecino el pronunciamiento, atendía su achaque hepático en las aguas de Vichy. Mal avenidos y en perenne disputa, se le presentaron una mañana el Gran Pompeyo y Alcalá Zamora -llegaban mohínos y chasqueados de Londres. A Don Juan se le nubló la cara, oyendo las nuevas que traían de Cádiz: Tuvo una ráfaga de alarmado recelo:
-¿Han sido advertidos los desterrados de Canarias?
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