El Coronel Fajarnés era otro de los militares comprometidos: Estaba de cuartel en Córdoba, recién llegado de la Jauja Filipina. Al apremio de los revoltosos gaditanos mostraba sus remos de milite glorioso, con unturas para el reúma. El Gran Pompeyo, mensajero de los revolucionarios gaditanos, le halló inválido en una mecedora filipina, soportando los insultos de la cotorra, aburrido de mirar a la calle por la reja. Con barba de seis días, pantalones de uniforme desechados para el uso casero y un jaique a listas por los hombros, mataba las horas haciendo pitillos en maquinilla, compitiéndole a la Gloriosa Paca de Triana. Se ladeaba el gorro:
-¡Y que eso me coja baldado!
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