La Rotonda de Los Tiroleses no era el círculo de dorados escándalos que suponían, haciéndose cruces los emigrados liberales, estoicos de buhardilla, que luego sacaron unas ramplonas aleluyas contra el Pretendiente. La Rotonda de Los Tiroleses era una sala de cancán y cenas elegantes, sin los malos ejemplos de París. Pero la musa satírica de los emigrados españoles no perdía ocasión para ponerse en jarras y lucir con ingeniosas sales. Alguno aseguró que en aquella befa de consonantes, todos los versos faltos de medida, eran opimos frutos del Amigo Práxedes:
En Los Tiroleses cena Y se le alegra la vena.
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