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CAPÍTULO V

Wentworth -húmedas praderas, nebulosos boscajes, sones de esquilas, verdes reumáticos, rubias claras de sol, ñoñez inglesa de cromo y de novela. El humo de las locomotoras mancha el paisaje con regularidad cronométrica registrada en la Guía Oficial de Ferrocarriles. Invariablemente, a las mismas horas, cruzan a lo lejos los trenes, raudos y silbando. El Pretendiente y sus edecanes habían llegado en el expreso de las cinco, olvidándose de prevenir al Conde de Morella. Pensaban encontrarle achacoso, al pie de la chimenea, sorbiendo tisanas, y le vieron aparecerse por las lindes del parque, vestido de cazador, con escopeta y perros. El Conde de Morella, agudos ojos de gato, la boca falsa y rasgada, saludó desde lejos, disculpándose:
-Con la vejez se me recrudecen las inveteradas dolencias que contraje en los campos de batalla, peleando por los derechos de vuestro ilustre abuelo… Me hubiera costado reñir con el doctor, un déspota que se ha propuesto alargarme los años y me tiene privado del tabaco, del café, de la conversación… Señor, un suplicio que la vida no lo vale.