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CAPÍTULO XXXVI

El temporal de aguas y viento se mantuvo toda la noche. Bakunin, verboso y noctámbulo, prolongaba la tertulia con interminables y paradojales discusiones, convirtiendo en cenáculo de café el comedor del Omega. Envuelto en el humo de la pipa, ante la mesa llena de copas, sentíase inspirado:
-¿Queréis la revolución en España? ¿Por qué la queréis? ¿Qué ideario pretendéis implantar en sustitución del régimen existente? ¿Acaso imagináis servir una causa revolucionaria con esas interminables discusiones sobre los candidatos a la corona de España? ¡Es insensato hacer una revolución para buscar un tirano! ¡Las masas no pueden seguiros! Devolved al pueblo sus sagrados derechos, infundidle el sentimiento de dignidad que nunca podrá darle una Monarquía. Haced la revolución, pero encendidos los corazones con la esperanza de ver derrumbarse todas las viejas dinastías europeas para ceder el puesto a las masas triunfantes. El sentido militarista de vuestra revolución no puede interesarnos; es más: lo execramos. Vuestra revolución carece de hondura en los propósitos, es un fuego fatuo desprendido de los grandes cadáveres revolucionarios que aún prestigian la historia política de Inglaterra y Francia.