El gigante eslavo penetró en el comedor rodeado de los conspiradores españoles, que, con verbosas instancias, le obligaron a ocupar la cabecera de una mesa, bajo la luz marina del ojo de buey. El comedor de caobas oscuras, tapizado de reps verde, era triste y opaco, con la expresión embalsamada de una moda en fuga. El techo, muy bajo y de vigas simétricas, tenía esa leve comba que se origina de la arquitectura naval. A cada balance el horizonte de olas y espumas mudaba la perspectiva en el campo óptico del ojo de buey. Las mesas tenían puestas los violines, y por los rincones oscuros alumbraban algunos mecheros de petróleo. Bakunin, con sus barbas fluviales, sus melenas de bohemio, sus gestos de inspirado, sus ademanes proféticos, atraía las miradas: Sentado a la cabecera, en la mesa de los revolucionarios españoles, hablaba con abundante verba, enredado en una de esas místicas y pueriles divagaciones tan gratas a los eslavos:
-La vida, al modo de los sueños, tiene una cuarta dimensión que apenas podemos intuir. La vida no es el cómputo de las vidas: Es algo ajeno a ellas, como el mar es ajeno a los peces, y el aire a los pájaros, y el espacio a los astros. La vida no es alegre ni triste, ni buena ni mala: ésos son sentimientos humanos, y la vida es superhumana. Indiferente ser santo o asesino, marchar hacia la derecha o hacia la izquierda. Cualquiera que sea el rumbo de nuestros pasos, la vida los sitúa fuera de toda previsión lógica, con la antigeometría inflexible de su cuarta dimensión. Todo extravaga, todo está en fuga hacia un fin remoto, acaso todavía no previsto, y cualesquiera que sean nuestras acciones, siempre son una y la misma. No mudan en su íntima raíz, como el dedo que hago rodar en torno del círculo permanece en el mismo lugar con referencia al centro, sin que el movimiento engendre mudanza. Esa cuarta dimensión que sitúa la vida fuera de los sentidos es por naturaleza inaccesible para nosotros. Sólo en los sueños podemos intuirla. Pero todo intento de interpretar la vida dentro de fines morales es absurdo. El bien y el mal desaparecen en la última intuición que todo lo reduce a unidad. En el seno difuso de la vida las acciones humanas se trasmudan fuera de nuestra voluntad y de nuestra inteligencia. Todos los cálculos, todos los intentos por dar un sentido moral y trascendente a la existencia son vanos ante ese último extravagar que trastorna esta pequeña e inestable vida que nosotros concebimos, y ordena esa otra vida que proyecta su sombra en la caverna de los sueños…
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