Indalecio enronquecía cantando en la barra, y el pasaje de tercera anovelaba comentarios del mejor estilo popular y folletinesco: Indalecio aparecía con un prestigio de jaque enamorado. Aquellas polcas y playeras, de un romanticismo menestral, encendían candilejas de melodrama. La Sofi, recogida al extremo de un banco, arrebujada en el toquillón, pálida, con un clavo en las sienes, cerraba los ojos sumida en irritado silencio. Don Teo, corcovándose con arrumacos de gato viejo, vino a sentarse en el banco. Se ladeó la gorra de músico, arrugando una sonrisa capciosa:
-Ese mala cabeza…
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