Después de beber subió toda la trinca a refrescarse sobre cubierta. Una farola encendía su ojo escarlata en el palo de mesana. Fosforecían las olas. Cabeceaba el vapor en la noche de bruma y marejada. La arboladura mecía sus cruces en mundos de estrellas. La luna tenía un halo verde. Algunos pasajeros envueltos en mantas dormitaban en sillas, de lona. El piloto de guardia paseaba sobre la toldilla: Su sombra difusa marcaba los vaivenes del barco. Resplandecía de luces la cámara de primera, en una lejanía que la noche llenaba de prestigio, inaccesible para el pasaje del sollado. Cantaban las olas. La sombra encumbrada del piloto se vestía de luna. Lloraba a popa un acordeón de emigrante. El relojero se quitó la gorra, saludando al mar y al cielo:
-¡Vendaval duro! Me agrada este tiempo.
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