Después de la cena -guiso de carnero muy especiado, y abundantes libaciones de alegre chacolí de los pagos romañolos- sobrevino el alegrarse. La Señorita Julia cantaba una romanza, y con arrumacos humedecía los labios en todas las copas. El Príncipe, a hurto, le tomó la mano.
-¡Imprudente!
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