En el claro del balcón destacábase y sobresalía por oscuro una sombra de mujer, que, con el rostro pegado a los cristales, procuraba leer una carta. Sólo podía verse que tenía el pelo de oro. Exhaló un suspiro, y desde el estrado interrogó la Marquesa de Galián:
-¿Lloras, hija?
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