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2 El número tres
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El número tres
El calabozo número tres era una cuadra con altas luces enrejadas, mal oliente de alcohol, sudor y tabaco. Colgaban en calle, a uno y otro lateral, las hamacas de los presos, reos políticos en su mayor cuento, sin que faltasen en aquel rancho el ladrón encanecido, ni el idiota sanguinario, ni el rufo valiente, ni el hipócrita desalmado. Por hacerles a los políticos más atribulada la cárcel, les befaba con estas compañías, el de la pata de palo, Coronel Irineo Castañón. La luz polvorienta y alta de las rejas resbalaba por la cal sucia de los muros, y la expresión macilenta de los encarcelados hallaba una suprema valoración en aquella luz árida y desolada. El Doctor Sánchez Ocaña, declamatorio, verboso, con el puño de la camisa fuera de la manga, el brazo siempre en tribuno arrebato, engolaba elocuentes apóstrofes contra la tiranía: