El huerto del convento. Una tarde cerca del anochecer. Dos monjas sacan agua del pozo, á su lado, unas pajaritas muy gentiles picotean las malvas que crecen en el brocal, y hay un vuelo de campanas que parece diluirse en la tarde azulada, y un ruiseñor que canta escondido entre los laureles de un seto, donde otras tardes bajo el oro del sol, la maestra enseña á las novicias calados y bordados de primor monjil. El huerto tiene el aroma de una leyenda piadosa. Sentadas en un banco de piedra, al pie de los laureles, están la niña de la posada y la Madre Abadesa. La niña viste de luto:
-¡No pude venir antes, Madre!
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