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CAPÍTULO XXX

Por la Puerta del Deán, que aún quedaba en pie de la antigua muralla, entraba el hermoso segundón con el caballo cubierto de sudor, y al rodear el huerto del convento, cuya tapia daba sobre los esteros del río, distinguió luces y un gran bulto de gente caminando por aquella calzada aldeana que se aparecía envuelta en el vapor violeta de la puesta solar. Tocaban á muerto todas las campanas, y se oía un acompasado plañir de mujerucas:
-¡Se lo robaron á su madre para las escuadras!