La casa del vinculero daba también á una plaza verde y silenciosa, donde algunos clérigos paseaban al sol del invierno. Tenía una gran puerta blasonada y un arco que comunicaba con la iglesia del convento, siendo ese paso reservado para la tribuna que aquellos hidalgos disfrutaban á la derecha del altar mayor, en la capilla del Cardenal Montenegro. Micaela la Roja, una criada vieja, se levantó cerca de media noche y encendió luz, pero un soplo de aire la dejó á oscuras en el corredor. Parecía que una voz de mujer gritase tras la puerta de la tribuna pegando los labios á la cerradura. De tiempo en tiempo, se oían golpes que despertaban el ladrido de los perros. Era una voz muy afligida la que llamaba:
-¡Don Juan Manuel!… ¡Don Juan Manuel!…
Sign in to unlock this title
Sign in to continue reading, it's free! As an unregistered user you can only read a little bit.